Un día la Vida tomó la figura de un joven
apuesto y se puso a caminar por el mundo. A la orilla de un bosque vio una
cabaña, entró y encontró allí a un hombre pobre, enfermo de elefantiasis: todos
sus miembros estaban hinchados y tan deformes que se movía con mucha
dificultad.
- ¡Oh! ¿Qué venturosos vientos te trajeron a mí? ¿Quién eres tú? -dijo el enfermo-.
- Soy la Vida, -respondió el caminante- Algunos me reconocen cuando llego, pero no, cuando vuelvo. Yo voy y vengo; volveré por estos lugares dentro de siete años. Pero, ¿por qué gimes tanto?
- ¡Oh! ¿Qué venturosos vientos te trajeron a mí? ¿Quién eres tú? -dijo el enfermo-.
- Soy la Vida, -respondió el caminante- Algunos me reconocen cuando llego, pero no, cuando vuelvo. Yo voy y vengo; volveré por estos lugares dentro de siete años. Pero, ¿por qué gimes tanto?
- Tengo una enfermedad horrible; ha
destruido mi aspecto humano y me ha quitado la alegría de vivir. Ya no puedo
más.
- Si quieres, -dijo la Vida- te curo.
Pero tú me olvidarás.
- ¡No! -Le aseguró el enfermo- Guardaré
eternamente en mi memoria a quien me cure y le estaré agradecido para siempre.
La Vida esparció un polvo misterioso
sobre el enfermo, y éste quedó curado como por encanto.